La travesura del Museo de Arte Moderno de San Francisco
El 21 de mayo del 2016, un par de adolescentes norteamericanos hicieron una payasada en el Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA) y acentuaron el rechazo del mundo en contra del arte contemporáneo.
Todo inició por el desconcierto de Kevin Nguyen y T. J. Khayatan, de 16 y 17 años respectivamente, por los objetos expuestos en la exhibición. En entrevistas posteriores, estos jóvenes recalcaron que fue concretamente la pieza de los peluches sobre la frazada la que más los perturbó.
—¡Esto lo pudimos haber hecho nosotros mismos! — se dijeron entre ellos.
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Introducción al Arte Contemporáneo
01/04/2025
Con eso en mente, pusieron una serie de objetos aleatorios en el piso del museo para ver la reacción de las personas que recorrían las salas sin saber nada al respecto de la broma. Pasaron los minutos, y los primeros objetos (una chamarra y una gorra de béisbol) fueron ignorados. Pero cuando el público encontró los anteojos colocados magistralmente bajo la placa curatorial que describía el tema de la exhibición, ¡cayeron en la trampa!
Las personas comenzaron a prestarle atención a los lentes como si fueran otra obra de arte exhibida en el museo. Empezaron a tomar fotos de la supuesta obra, y los chicos bromistas, a su vez, tomaron fotos de los espectadores ingenuos. Estas fotografías circularon en diversos medios masivos de comunicación y en redes sociales.

Esta no fue la primera vez que los medios evidenciaron las incoherencias del arte contemporáneo. Pasó lo mismo en 2013 con el caso del vagabundo, quien se coló en una sala la noche previa a la inauguración del festival ARCO Madrid, y que terminó siendo considerado como “obra de arte” por quienes lo encontraron a la mañana siguiente.
Y pasó una vez más en 2015, cuando la señora de limpieza del Museo Bolzano de Milán recogió del suelo las botellas de champán, las copas y el confeti, asumiendo que eran los restos de una fiesta y sin saber que lo que había tirado a la basura era, en realidad, una instalación recién inaugurada de las artistas Sara Goldschmied y Eleonora Chiari.
Aunque la creencia de que el arte contemporáneo había perdido todo sentido estético existía desde mucho antes de la broma del MOMA en San Francisco, el caso de los anteojos se terminó convirtiendo en un meme viral que propagó aún más la creencia de que el arte, en la actualidad, se burla del espectador, y que los galeristas y curadores se aprovechan del público pedante y pretencioso que es incapaz de reconocer la imposibilidad por diferenciar qué es arte y qué, un simple objeto.

El arte contemporáneo como meme
Ya sabes que justamente el arte contemporáneo se ha vuelto eso: un meme. Cada vez es más común encontrar memes en redes sociales que se burlan del hacer de los artistas contemporáneos. Imágenes, por ejemplo, de gente viendo cosas aleatorias en los museos, como la del sujeto que observa atentamente una manguera contra incendios colocada en una esquina de la sala, y la cual va acompañada de la frase “yo en mi primera visita a un museo de arte”. O memes con fotomontajes, como aquel donde insertaron la imagen de una vitrina de chicharrón en medio de una sala de un museo, acompañado de la leyenda “arte de verdad”. También hay memes comparativos que contrastan el arte tradicional con el contemporáneo para burlarse del último. Un ejemplo es el que recorre la historia de la escultura al comparar La Piedad de Michelangelo Buonarroti, El David de Gian Lorenzo Bernini y El Perseo de Antonio Canova con El Comediante de Maurizio Cattelan; o aquel donde equiparan a La Noche Estrellada de Vincent Van Gogh y La Gioconda de Leonardo da Vinci con El Play-Doh de Jeff Koons.

Y los artistas contemporáneos, lejos de ofenderse e intentar revertir esta situación, parecen estar muy cómodos. Es como si esforzaran en hacer obras cada vez más estridentes para ser parte de los trending topics. Como si el absurdo fuera parte esencial de su manifiesto. Como si hubiera una competencia no dicha para ver quién exhibe la obra más ridícula. Como si lo importante fuera llamar la atención por el simple hecho de llamarla.
¿De verdad nos sorprende que se diga que “el arte está muerto”? Y cómo podría no estarlo si estamos en la época en donde se vendió medio vaso de agua por 20 000 euros (2006), una escultura invisible por 18 000 euros (2020), y un plátano pegado a la pared por 120 000 dólares (2019).

La muerte del arte
¿A qué se refieren cuando dicen que “el arte está muerto”? La muerte del arte es una manera metafórica de aseverar que el arte ya no es como era. El primero en establecer dicho planteamiento fue Georg Wilhelm Friedrich Hegel, quien habló de esto en sus lecciones de estética impartidas en la Universidad de Berlín entre 1818 y 1819. Para Hegel, el arte era el lugar simbólico en donde el ser humano se proyectaba y, por tanto, donde se autodefinía, construyendo y consolidando su identidad como parte de una sociedad específica. Pero en cierto punto la sociedad dejó de verse reflejada en su arte, razón por la cual el filósofo alemán declaró su famosa tesis de la muerte del arte.
De entrada, debemos entender que Hegel no profundizó demasiado en dicho tema. Este hecho abrió la posibilidad a un sin fin de interpretaciones que intentaron descifrar a qué se refería con su famosa esquela del arte.
Por ejemplo, en un inicio, se interpretó en un sentido literal y fatalista, como si ya no fuera a haber más arte. Sin embargo, las siguientes generaciones de filósofos corrigieron y se dieron cuenta de que la muerte del arte, en realidad, era metafórica y no literal; y que lo más seguro era que Hegel se refería a un cambio y no propiamente a un final. Algunas interpretaciones posteriores señalaron que el cambio al que Hegel se refería sería el resultado del eclipsamiento del arte por el racionalismo de la Modernidad; pero, al contrario, otras interpretaciones lo adjudicaron a la liberación del arte del yugo del racionalismo ilustrado.
Lo anterior significa que probablemente Hegel escribió esto para criticar a los artistas románticos de principios del siglo XIX, con quienes claramente no estaba de acuerdo, pues su arte no reflejaba el mundo ilustrado con el que él sí se identificaba. Si bien nunca lo dijo textualmente, la interpretación es muy lógica, ya que en la época en la que escribió su crítica al arte, los artistas románticos apelaban en sus obras a lo irracional y a lo emocional para oponerse al arte racionalista neoclásico, creando así un estilo innovador que, en su momento, rompió todos los cánones establecidos.
Incluso fue uno de los primeros movimientos artísticos que rechazó abiertamente la idea de la belleza, pues este era un concepto vinculado íntimamente con el arte neoclásico. Por lo tanto, en un sentido no filosófico, la muerte del arte se refiere a la incapacidad de Hegel por aceptar el arte contemporáneo de su época.
Cien años más tarde, Martin Heidegger retomó la idea y señaló que el Gran arte había dejado de ser lo que era debido a su incapacidad de contener al Mundo. Esto era muy parecido a lo dicho por Hegel, pues, en síntesis, el Mundo heideggeriano, al igual que el Espíritu Absoluto hegeliano, refería a un acontecer del pensamiento y a la ideología de una sociedad específica.
Esto significa que Heidegger concordaba con Hegel en que el arte ya no era como antes debido a que ya no era capaz de reflejar a la sociedad de donde los artistas estaban emergiendo. En el caso de Heidegger, el arte al que el filósofo estaba criticando era el moderno. Pues recordemos que inclusive usó una obra de Van Gogh para ejemplificar sus ideas. Tiene sentido que Heidegger no se sintiera reflejado en el arte de su época, ya que escribió esto en pleno proceso vanguardista; es decir, en medio de una de las revoluciones artísticas más violentas y perturbadoras que terminó sentando las bases para el surgimiento del arte abstracto y, posteriormente, el conceptual.
Si bien Heidegger señaló que el arte había dejado de ser arte desde el Renacimiento (pues escribió que el arte medieval fue el último en realmente contener un “mundo”), me parece que está claro que esta crítica se hizo enfocada al arte contemporáneo de su época en concreto.
Lo cierto es que ni las declaraciones de Hegel ni las de Heidegger tuvieron alguna repercusión en el devenir histórico del arte. Por el contrario, el proceso de transformación que experimentaba el arte en los siglos XIX y XX terminó tomando todavía más velocidad en su búsqueda de liberación del sistema artístico racionalista dieciochesco. Los artistas no se preocuparon en lo más mínimo por la esquela del arte, al contrario, probablemente los encausó a seguir su camino en su búsqueda de la deconstrucción del arte.
El fin del arte
Medio siglo después, ya a finales del siglo pasado, la idea de que el arte había muerto y que ahora vivíamos una época sin arte fue retomada por una nueva generación de filósofos, entre quienes destacaron Donald Kuspit, Hans Belting y Arthur Danto. Aunque ellos ya no hablaron de una muerte sino de un final, el fin del arte fue básicamente lo mismo: una resistencia al cambio de paradigma.

Para Kuspit, el fin del arte se dio como consecuencia del arte moderno, ya que este cambió todo radicalmente porque dejó de buscar plasmar la realidad y la belleza para centrarse en la ilusión y el engaño a la razón. Si bien a través del distanciamiento se alcanzó el grado supremo y puro del arte (el conceptual), al mismo tiempo generó una serie de fracturas internas que devinieron en el fin del arte.
En lo que a Kuspit refiere, el fin del arte era una manera simbólica de llamar al final del “arte estético” y la introducción del nuevo “arte postestético”. Este nuevo arte, surgido a mediados del siglo XX, se caracterizaba por contener mensajes simples y torpes, por ser hipócrita, conformista, y por ser un espectáculo sensacionalista vacío que solo busca llamar la atención.
Para Belting, el fin del arte se dio como consecuencia del surgimiento del pensamiento posmoderno debido a que se caracterizó por una apertura en la manera de entender las cosas. Esta apertura puso fin a muchos discursos unificantes. En ese sentido, el fin del arte más bien trató sobre el final de la historia del arte.
Al igual que con Hegel, esto no estaba pensado para interpretarse literalmente como que ya no habría más historia del arte. Más bien, Belting quería hacer notar que, desde el surgimiento de la posmodernidad en la década de los setentas, el nuevo arte posthistórico era incontenible dentro de un discurso único ajeno a sí mismo. Ello, debido a que a partir de ese momento el arte se estaba validando y legitimando exclusivamente mediante sus propios discursos.
De manera parecida, Danto planteó que el fin del arte se dio como consecuencia de la posmodernidad. Sin embargo, a diferencia de Belting que se enfocó en la historia, Danto centró su atención en la definición del arte.
Para él, el fin del arte era el fin de la definición (la conceptualización epistemológica) del arte. Esto significaba que el arte, después del fin del arte, estaba siendo indefinible, y se estaba caracterizando por ser un fractal epistemológico infinito conformado por distintas formas artísticas que convergen y colapsan entre sí.
Lo interesante de estas posturas es que los tres autores concordaron con Hegel y Heidegger en que el arte de su propio tiempo había cambiado drásticamente, a tal grado que el nuevo arte no podía ser comparado con el anterior. Razón por la cual lo tachaban metafóricamente de ser menos arte, o inclusive de ya no serlo.
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Ahora bien, si analizamos la historia, este rechazo por el arte “diferente” es algo cotidiano y hasta cierto punto cíclico. La historia del arte ha experimentado varios momentos de inflexión en donde el arte ha tenido que evolucionar y su público no ha logrado entender el porqué.
Por ejemplo, en el siglo XVI, tras el surgimiento del manierismo, y después con el barroco en el XVII, los teóricos e historiadores contemporáneos declararon que estas eran formas no artísticas porque habían abandonado la influencia de la belleza clásica.
Ambos fueron tachados de estilos anticlasicistas y, por tanto, de “feos”. Otro ejemplo sería lo que pasó con el Romanticismo, el Realismo y el Impresionismo en el siglo XIX. El primero fue tachado de antiestético y el segundo, descrito como vulgar.
Ambos estilos fueron excluidos por un tiempo de los salones de París. Y ni se diga de los impresionistas, a quienes la Academia orilló a crear su propia exposición de “rechazados”. En todos estos ejemplos, lo cambios que provocaron dichos movimientos en principio fueron repudiados, pero con el paso del tiempo finalmente fueron aceptados por el sistema del arte.
En otras palabras, cada que los artistas buscan transgredir las normas y cánones preestablecidos, el público y la crítica contemporánea los tacha de no hacer arte para después ser perdonados y reincorporados al discurso oficial del arte.

Finalmente, si no hubiera artistas transgresores, el arte no evolucionaría; se estancaría en lo mismo. Seguiríamos haciendo arte como lo hacíamos hace quinientos años.
Por lo tanto, el arte no está muerto ni ha llegado a su final. Simplemente ha cambiado de paradigma y ahora debemos intentar entenderlo dentro de sus nuevos fundamentos. Y si bien, en la escena contemporánea, hay pésimos artistas con propuestas vacías y ridículas que suelen viralizarse en los medios masivos de comunicación, también hay propuestas muy interesantes pero que carecen del empuje mediático para poder tener el reconocimiento de su contraparte.
A pesar de todo, las malas propuestas tampoco son una característica particular del arte de nuestra época. Siempre ha habido malos artistas y malas propuestas. La diferencia es que los malos artistas del pasado no trascendieron los filtros históricos; filtros que aún no se han aplicado al arte de nuestra época.
Habrá que esperar y ver cómo la historia juzgará al arte contemporáneo de inicios del siglo XXI.
Por Andrés Reyes
Referencias bibliográficas:
BELTING, H. (2010) La historia del arte después de la Modernidad. Universidad Iberoamericana.
DANTO, A. (2009) Después del fin del arte. Paidós.
GADAMER, H. G. (2002) La actualidad de lo bello. Paidós.
HEGEL, G. W. F. (2007). Lecciones sobre estética. Akal.
HEIDEGGER, M. (1996) Caminos de bosque. Trad. Helena Cortés y Arturo Leyte. Alianza.
KUSPIT, D. (2006) El fin del arte. Akal.